El alcohol es un depresor del sistema nervioso y, por tanto, reduce la capacidad de realizar cualquier actividad como, por ejemplo, conducir.
Ni la ducha ni el café disminuyen el alcohol en sangre y, por tanto, seguiremos estando ebrios aunque nos sintamos más despiertos o despejados.
El alcoholímetro mide siempre igual el alcohol, aunque haya otras sustancias en la boca.
Es una práctica habitual entre los jóvenes creer que, por haber dejado de beber unas horas antes, se puede coger el coche pues el alcohol tiene su máximo efecto en el cuerpo una hora después de haberlo ingerido.
Lo importante es el número de UBE (Unidad de Bebida Estándar) que se consuman. El alcohol que contiene una caña de cerveza es igual, por ejemplo, al de un chupito o un vaso de vino.
La alcoholemia es la proporción de alcohol que circula en la sangre y es lo que determina lo borracho que uno está. Mezclar bebidas con diferentes contenidos alcohólicos no emborracha más pero puede provocar un mayor malestar en el estómago y mareos.
Existen muchísimos factores que afectan a nuestra reacción ante el alcohol: el peso, la proporción de agua y grasa, la hora del día, el estado de ánimo, la bioquímica del organismo...
A medida que la gente desarrolla una mayor tolerancia al alcohol muestra menos los efectos de la borrachera pero, a pesar de todo, se emborracha.
Aunque puedan reducir el malestar, no afectan al nivel de alcoholemia ni ayuda a recuperar antes la sobriedad.
Por estas vías se expulsa menos del 2% de alcohol, cantidad insuficiente para disminuir el nivel de alcoholemia.